viernes, 12 de junio de 2009

Good

Good (Good) 2008.

Director: Vicente Amorim. Guión: John Wrathall. Música: Simon Lacey. Fotografía: Andrew Dunn. Reparto: Viggo Mortensen, Mark Strong, Jason Isaacs, Steven Mackintosh.

“Good”, película dirigida por el brasileño, aunque nacido en Austria, Vicente Amorim, que se dio a conocer por “Camino en la nubes”, se basa en la obra de teatro de C.P. Taylor que tuvo gran éxito en la década de los 80. La trama se sitúa en Alemania, años 30, donde un profesor vive al margen de los acontecimientos históricos: La subida al poder del partido nazi. El protagonista, John Halder (Viggo Mortensen) es un profesor de literatura que escribe un alegato sobre la eutanasia que despierta simpatías en el nacionalsocialismo. De esta manera, se va aproximando al partido, tanto que acabará colaborando con él a partir de decisiones, aparentemente intrascendentes. Es un personaje “bueno”, que acaba dejándose llevar, por miedo, comodidad o cobardía.

Encontramos que se ha desaprovechado una oportunidad en adaptar al cine la obra de teatro de Taylor, con una orientación más televisiva que cinematográfica. Mortensen, quien estuviera muy acertado en la trilogía de “El Señor de los anillos”, no deja de ser un actor para ese  tipo de películas, pero al intentar dar un salto a papeles dramáticos no nos produce la misma impresión, salvo quizá “Promesas del Este”, papel por el que fue nominado al Óscar. En esta ocasión, Mortensen no muestra signos de evolución, el personaje no cambia, sigue igual toda la película, aunque los acontecimientos tendrían que suponer una transformación. Por otra parte, no se deja claro el posicionamiento ideológico del personaje, algo que se intuye, pero no se manifiesta claramente.

En el reparto hay un secundario de lujo, Jason Isaacs (saga de Harry Potter), que realiza una gran labor, desde luego, mucho mejor que la del protagonista. También, siguiendo con el resto, está Mark Strong (“Oliver Twist” de Polanski), que hace su papel con entrega y brillando por encima de otros.

En la dirección, Amorim, no ha dosificado sus recursos. En la primera mitad del film, todo fluye: El drama, la intensidad y la fuerza visual de algunas escenas. Pero en su segunda mitad se van diluyendo todas esas virtudes iniciales. Las relaciones entre los personajes no llegan con la suficiente fuerza al espectador. Salta de la relación con su amigo judío, al retrato de una familia desestructurada, pasando por las contradicciones de su colaboración con el régimen o la relación del protagonista con su alumna.

Esta película intenta plantear por qué personas anónimas propiciaron con sus insignificantes aportaciones el encumbramiento de unas ideas políticas.

Si se hubiera recorrido este camino, tendríamos delante una gran obra cinematográfica, y no el intento fallido en que se ha quedado. Aunque no es una película para formar parte de nuestra colección personal, puede dar mucho juego para reflexionar y debatir a la salida del cine.