jueves, 17 de junio de 2010

El retrato de Dorian Gray

El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray, 2009)

Duración: 112 min. Director: Oliver Parker. Guión: Toby Finlay (Novela: Oscar Wilde). Música: Charlie Mole. Fotografía: Roger Pratt. Reparto: Ben Barnes, Colin Firth, Rebecca Hall, Rachel Hurd-Wood, Ben Chaplin, Emilia Fox, Caroline Goodall, Fiona Shaw, Maryam d'Abo, Douglas Henshall, Michael Culkin, Johnny Harris.

Dorian Gray, (Ben Barnes), es un atractivo aristócrata, que, habiendo heredado una fortuna, regresa a su Londres natal tras pasar la adolescencia aislado en el campo. Abrumado por la vida nocturna londinense, Dorian, se sumerge en ella de la mano de Lord Henry Wottom (Colin Firth), quien le muestra los lugares más recónditos y peculiares de la capital inglesa. Allí, pronto quedará seducido por el estilo de vida decadente de Wotton, ajeno a toda moral, al tiempo que comienza a obsesionarse con alcanzar la eterna juventud. Un retrato suyo pintado por un amigo , el artista Basil Hallward, (Ben Chaplin), se convertirá en un recordatorio palpable de sus graves faltas, con el paso del tiempo. A diferencia del resto de los mortales, el apuesto Dorian, permanece impasible al sucederse de los años y es el retrato, en cambio, el que envejece y asume su degradación física y moral…

Estamos ante la revisión de un clásico de la literatura, escrito por Óscar Wilde. En 1945, se realizó una excelente adaptación, en blanco y negro, con un pequeño toque de color al final de la misma, dirigida por Albert Lewin, ganadora de un premio de Hollywood, a la mejor fotografía.

El director, Oliver Parker, (“La importancia de llamarse Ernesto”, 2002), suele hacer uso de obras literarias como base para sus películas, y, en este caso, repite con Wilde. Entendemos que convierte el relato original, lleno de oscuridades, sombras, y un perfil psicológico, turbio y ególatra, en un cuento, que lo simplifica, con monstruos y fantasmas. Convierte las insinuaciones, en obviedades, en las que el sexo y las drogas forman parte de la vida del protagonista. El director ha contado con un buen guionista, que ha desaprovechado, Toby Finlay.

Se ha quedado fuera el tono filosófico, la trascendencia de la eternidad, y la sutileza, con un lenguaje excesivamente explícito, casi insultante, carece de matices, de sensibilidad, y apenas algún atisbo de verdadera reflexión.

El reparto, muy dudoso. Por una parte, el joven Ben Barnes, atractivo, aniñado, pero sin asomo de la malicia, personalidad, ni dobles intenciones que se requerían para esta historia. Sin embargo, el cínico Lord Henry Wotton, está deliciosamente interpretado por Colin Firth, (“La Joven de la Perla”, Peter Webber, del 2003).

Con todo, ha dotado a la película de un buen retrato de la época victoriana, aunque los intentos de oscilar entre el miedo, y el terror son más desafortunados.

Sin tener en cuenta los cambios drásticos, muy marcados en el final, personajes que no vienen a cuento, y otros tantos elementos que no son de la magnífica obra del genial Oscar Wilde.

Una película bastante correcta, apta para desconocedores del relato, entretenida, con una buena banda sonora, y con un cierto, o mejor, incierto, tratamiento teatral, en algunas ocasiones.